Gurglum: El viaje del primer gambusino
En las entrañas de una cueva oculta en las montañas de Estepona, al sur de España, nació Gurglum. La tierra, agotada y herida por los excesos de los humanos, había conjurado su magia más antigua para crear a un protector. Surgió bajo un cielo oscuro, donde el rugido del viento resonaba como un lamento, y la lluvia parecía lágrimas de la naturaleza misma. Gurglum, el primer gambusino, emergió con un cuerpo regordete, orejas puntiagudas y ojos brillantes como el amanecer. Era un ser mágico, una chispa viva de esperanza creada para sanar y proteger.
Desde el instante de su nacimiento, Gurglum supo que no podía quedarse en su cueva. La montaña que lo acogía, con su mezcla de verdes bosques y vistas al Mediterráneo, estaba viva y sana, pero el resto del mundo no compartía esa fortuna. Con pasos decididos, Gurglum comenzó un viaje que lo llevaría por todo el planeta.
Primero exploró la región que lo vio nacer. En Estepona, los animales del bosque se acercaban a él sin miedo, y Gurglum, al tocar sus heridas, las sanaba al instante. Las plantas marchitas florecían con solo su presencia, y los árboles parecían inclinarse hacia él como si le agradecieran su existencia. Pero no bastaba con quedarse allí; sabía que la naturaleza sufría en lugares más lejanos, y su deber era actuar.
Cuando llegó a los Alpes, las criaturas del bosque lo miraban con curiosidad y respeto. Allí, Gurglum creó a los primeros gambusinos. Pequeños como él, con orejas puntiagudas y manos hábiles, estos seres mágicos podían hablar con los animales y entender sus necesidades. Les enseñó a sanar a los ciervos heridos, a guiar a los zorros hacia refugios seguros y a proteger los ríos cristalinos de la contaminación humana. Los gambusinos podían volverse invisibles cuando sentían peligro, un don que Gurglum compartió con ellos para mantenerlos a salvo de los ojos de los hombres.
En Asia, Gurglum enfrentó climas extremos. En las cumbres heladas del Himalaya, las criaturas eran tímidas y esquivas. Los leopardos de las nieves lo observaban desde las rocas, y los cuervos volaban en círculos sobre su cabeza. Allí, Gurglum usó su magia para curar la tierra helada, ayudando a los habitantes de las montañas a cultivar alimentos en valles donde antes no crecía nada. Los gambusinos que dejó aquí desarrollaron un vínculo especial con los yaks, guiándolos a través de tormentas y asegurándose de que siempre tuvieran pasto fresco.
En el Sahara, Gurglum enfrentó un desafío diferente. Aquí, el agua era más valiosa que el oro, y la vida pendía de un hilo. Sin embargo, incluso en el desierto, había magia esperando ser despertada. Los gambusinos que nacieron allí aprendieron a buscar fuentes de agua subterránea y a devolver la fertilidad a las tierras áridas. Con un toque de sus manos, podían hacer florecer un oasis en medio de la nada. Los animales del desierto, desde serpientes hasta zorros del desierto, los seguían como si fueran guías espirituales.
El Amazonas, en América del Sur, lo recibió con una explosión de vida. Sin embargo, la exuberancia del bosque ocultaba una verdad oscura: los humanos lo destruían rápidamente. Gurglum caminó entre los árboles gigantes, hablando con los monos y las aves, escuchando sus preocupaciones. Fue aquí donde desarrolló el poder de invisibilidad, un don que otorgó a los gambusinos amazónicos para que pudieran proteger el bosque sin ser detectados. Estos pequeños guardianes también aprendieron a sanar a las criaturas heridas y a restaurar rápidamente las plantas dañadas, asegurando que el Amazonas pudiera resistir la destrucción.
En Oceanía, el mar le presentó su mayor reto. Gurglum nunca había sentido la vastedad del océano, ni había entendido la fragilidad de la vida bajo el agua. En la Gran Barrera de Coral, descubrió cómo los corales morían por el impacto humano. Con su magia, comenzó a restaurarlos, devolviendo el color y la vida a los arrecifes. Los gambusinos marinos que creó eran únicos: podían nadar como peces y caminar por tierra, y su misión era proteger tanto los ecosistemas submarinos como las costas.
Después de siglos de viajes, Gurglum sintió que su labor estaba completa, al menos en parte. Había dejado a sus gambusinos en cada rincón del mundo, dotándolos de habilidades mágicas para sanar y proteger. Sin embargo, algo lo llamaba de vuelta a casa. Las montañas de Estepona, con su cueva oculta y su vista al Mediterráneo, seguían siendo su refugio, su punto de origen. Decidió regresar.
Cuando llegó, el lugar lo recibió como un viejo amigo. La cueva parecía más grande, más cálida, como si supiera que su protector había vuelto. Desde allí, Gurglum podía ver el océano extenderse hasta el horizonte, con su promesa de infinitas posibilidades. A sus espaldas, los bosques y colinas hablaban de paz y equilibrio. La naturaleza en Estepona estaba sana, pero su trabajo nunca había sido solo local. Sabía que los gambusinos seguían cumpliendo su misión en todo el mundo.
Las noches en la cueva eran tranquilas. A menudo, Gurglum se sentaba en la entrada, observando las estrellas reflejarse en el Mediterráneo. Aunque había cumplido su propósito, sabía que su historia no había terminado. Algo dentro de él, una sensación profunda y desconocida, le decía que el destino aún tenía planes para él.
Porque el destino de Gurglum estaba ligado a un ser humano llamado Máximo. Pero eso, todavía estaba por escribirse.
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