El Eco del Silencio



En el corazón del Valle Sombrío, donde los rayos del sol apenas rozaban la tierra, vivía una criatura conocida como el Eco del Silencio. Este ser, mitad espíritu y mitad sombra, habitaba un bosque eterno donde cada hoja susurraba secretos y cada piedra guardaba memorias olvidadas.


El Eco no tenía un cuerpo físico como los humanos; en cambio, era un manto de oscuridad etérea que se deslizaba entre los árboles, recolectando los sonidos que el mundo abandonaba. Risotadas apagadas, gritos de auxilio que nadie oyó, palabras nunca pronunciadas… todo lo que alguna vez fue silenciado encontraba refugio en su ser.


Los habitantes del valle le temían, no porque hiciera daño, sino porque su presencia traía consigo los ecos de sus propios arrepentimientos. Cuando el Eco se acercaba, el viento murmuraba las decisiones que desearían haber tomado y las palabras que nunca se atrevieron a decir. Era un recordatorio vivo de todo lo perdido.


Sin embargo, había un joven llamado Kael, quien no le temía al Eco. Desde niño, había sentido una curiosidad insaciable por aquello que los demás evitaban. Decidió adentrarse en el bosque, llevando consigo una sola pregunta: “¿Qué ocurre con los sonidos que nunca llegan a nacer?”


Kael encontró al Eco una noche sin luna, donde el bosque parecía más un abismo que un lugar terrenal. La criatura apareció como un remolino de sombras y susurros. Su voz, si es que podía llamarse así, era un murmullo multiplicado infinitamente: “¿Qué buscas, pequeño humano?”


“Busco aquello que nunca se dijo,” respondió Kael con firmeza.


El Eco permaneció en silencio por un momento que se sintió eterno. Luego, el aire alrededor de Kael vibró, y lo que escuchó fue su propia voz, pero no como la recordaba. Era él, pronunciando palabras que jamás se atrevió a decir: disculpas que nunca dio, confesiones que ocultó, y sueños que abandonó por miedo.


Kael cayó de rodillas. “¿Por qué guardas esto?” preguntó, temblando.


“Porque lo que no se dice nunca muere,” respondió el Eco. “Simplemente espera, como una sombra, a que alguien lo reclame.”


Kael entendió entonces que el Eco del Silencio no era un ente malvado, sino un guardián de lo incompleto. Decidió regresar al valle, decidido a liberar los sonidos atrapados en su alma. Pero antes de marcharse, le preguntó al Eco una última cosa:


“¿Qué sucede contigo, guardián? ¿Hay algo que nunca dijiste?”


El bosque se sumió en un silencio profundo, más pesado que la misma tierra. Finalmente, el Eco respondió con una sola palabra, una que parecía haber esperado siglos para pronunciar:


Gracias

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