La pluma dorada



En el mundo de Oxidia, dos grandes continentes divididos por el Gran Azul albergaban historias de gloria y desolación. En el fértil continente de Dull, al pie de la imponente Montaña Esmeralda, se alzaba un castillo blanco cuyas murallas de plata protegían una ciudad vibrante. En el corazón de la ciudad se encontraba un lugar singular, donde todo tipo de almas convergían: La Jarra Oxidada, una taberna famosa no sólo por su bebida, sino por la variedad de personajes que cruzaban sus puertas.


La taberna era regentada por Talia, una elfa de mirada astuta que mantenía el equilibrio entre ladrones, caballeros, magos y criaturas mágicas que llegaban buscando rumores o refugio. Entre los habituales estaba Zartos, un juglar de aspecto desaliñado y sueños de aventura. Cada noche, cantaba canciones que pocos escuchaban y se retiraba con las monedas justas para sobrevivir. Sin embargo, algo en su interior anhelaba un destino más grande.


Una noche, mientras caminaba por las calles bajo la luz de la luna, Zartos sintió cómo el aire se tornaba pesado. Frente a él apareció una figura luminosa: una mujer vestida de blanco, con cabellos dorados como rayos de sol. Su voz resonó como un eco.


—Zartos, juglar de Oxidia, escucha mis palabras. Busca al Altanido, el último de su especie. Sin él, Oxidia perecerá ante la sombra de los Obscurion.


Antes de que pudiera responder, imágenes fugaces invadieron su mente: los Obscurion, titanes oscuros nacidos de la Gran Guerra, despertaban de su letargo para destruir todo a su paso. Luego vio al Altanido, una criatura humanoide con alas doradas y cabeza de ave, envuelta en un aura de poder. Cuando la visión terminó, Zartos encontró en su mano una pluma dorada, cálida al tacto y brillante como el sol.


Decidido a entender su destino, volvió a la taberna y confió su visión a Talia. Para su sorpresa, ella no lo tomó como una fantasía.


—Mi abuela hablaba de los Altanidos, dijo. —Guardianes de los vientos antiguos. Si lo que dices es cierto, el equilibrio de Oxidia está en peligro.


La conversación atrajo la atención de otros en la taberna. Kael, un joven mago obsesionado con criaturas extintas, no pudo contener su entusiasmo. Mira, una ladrona de sonrisa astuta, vio una oportunidad de riquezas. Tharok, un guardia real desilusionado, se ofreció a unirse, buscando un propósito mayor.


—Si esta misión es real, necesitaréis protección. —dijo, golpeando el pomo de su espada.


Guiados por la pluma, el grupo se dirigió al Bosque de las Sombras, un lugar envuelto en penumbra y rumores oscuros. Allí, los árboles eran tan altos que sus copas ocultaban el cielo, y las sombras parecían cobrar vida. A medida que avanzaban, un canto suave y melódico llegó hasta ellos, rompiendo el silencio. Al alzar la vista, Zartos descubrió algo inesperado: un pueblo oculto en las copas de los árboles.


El hechizo de luz de Kael iluminó casas vivas hechas de madera y hojas gigantes, conectadas por puentes colgantes. Sin embargo, no estaban solos. Varias figuras ágiles descendieron de las alturas, rodeándolos. Eran seres mitad humanos, mitad animales, con cuerpos humanos pero rasgos de bestias. Uno de ellos, un hombre-gato de ojos ámbar y movimientos sigilosos, dio un paso al frente.


—¿Quiénes sois y qué hacéis aquí? —preguntó con una voz grave.


—Venimos en paz. Sólo queremos atravesar el bosque para cumplir una misión. —respondió Talia.


El hombre-gato, que se presentó como Kaith, los llevó a su aldea, llamada Miathran. Allí, les contó la historia de su gente: creaciones de antiguos magos durante la Gran Guerra, abandonados después de la victoria. Kaith observó la pluma en manos de Zartos y habló con seriedad.


—Esa pluma no es un objeto cualquiera. Es un fragmento del viento antiguo. Mi abuela decía que su portador siempre sería alguien que no parece preparado, pero que lleva dentro la fuerza para cambiar el destino.


Cuando el grupo se preparó para partir, Kaith decidió unirse a ellos.


—Si los Obscurion vuelven, ni siquiera Miathran estará a salvo. Además, alguien tiene que asegurarse de que lleguéis vivos al final.


La pluma los guió hasta el Valle de los Vientos Perdidos, donde encontraron al Altanido encadenado en un altar de cristal. La criatura era majestuosa, con alas doradas que parecían contener un cielo entero. Su voz resonó directamente en sus mentes.


—¿Por qué habéis venido? Mi libertad trae tanto la vida como la destrucción. ¿Estáis preparados para liberar la tormenta?


Zartos miró a sus compañeros y luego a la pluma. Sabía que no había vuelta atrás. Al usarla, las cadenas se rompieron, y un viento huracanado barrió el valle mientras el Altanido desplegaba sus alas.


—El viento siempre cobra su precio, juglar. Prepárate para lo que viene. —dijo la criatura antes de alzar el vuelo, perdiéndose en el cielo.


Mientras el grupo regresaba a la ciudad de plata, sabían que su misión apenas había comenzado. Los Obscurion ya estaban despertando, y la presencia del Altanido era una señal de que el equilibrio estaba a punto de romperse. Una noche, mientras descansaban en La Jarra Oxidada, Talia se acercó a Zartos.


—Esto es sólo el principio. La tormenta aún no ha llegado.


Fuera, el viento soplaba con fuerza, como si el Altanido estuviera anunciando lo que les aguardaba. Y en el horizonte, las sombras de los Obscurion se alzaban, esperando el momento para desatar el caos. Zartos supo que la pluma aún no había revelado todo su poder, ni su verdadero propósito.



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