Una flecha en las sombras



En el corazón del reino de Lumtharion, Tharivol Ganalodel era un nombre que evocaba esperanza. Criado en los límites de la civilización, había sido hijo de un cazador y una curandera, quienes murieron en un ataque de bandidos cuando él apenas tenía ocho años. Encontrado por los druidas del bosque de Umbryth, Tharivol fue criado entre rituales antiguos y enseñanzas mágicas que le inculcaron un respeto absoluto por la armonía entre luz y oscuridad.


De niño, Tharivol era curioso y audaz. Había algo en la penumbra de los bosques que lo fascinaba: un silencio que no era vacío, sino lleno de promesas y secretos. Los druidas le enseñaron que las sombras no eran malvadas, sino necesarias, el contrapunto de la luz. A través de años de práctica, aprendió a canalizar esa dualidad. Su habilidad para imbuir magia en sus flechas nació de la conexión que forjó con Umbryth, el árbol sagrado que contenía la esencia de la penumbra. Sin embargo, los druidas siempre lo advirtieron: “La sombra es un aliado, no un amo. Si permites que gobierne tu corazón, consumirás lo que amas.”


Tharivol creció para convertirse en un protector del equilibrio. Con su arco Nocturna, forjado de una rama de Umbryth, y sus habilidades para moverse entre las sombras, se ganó el respeto y la admiración de los pueblos. Pero en su interior albergaba un vacío: la pérdida de sus padres y la soledad de su vida lo perseguían. Aunque rodeado de aliados y admiradores, Tharivol nunca sintió que pertenecía del todo.


Cuando el rey de Lumtharion pidió su ayuda para detener al hechicero Kaervor, Tharivol aceptó sin dudarlo, deseoso de probarse a sí mismo. Sin embargo, Kaervor no era un villano común.


Kaervor había sido, décadas atrás, el mago más brillante de Lumtharion. Estudioso de los equilibrios mágicos, dedicó su vida a entender los límites entre la luz y la oscuridad. Sin embargo, su obsesión lo llevó a un descubrimiento aterrador: el Fragmento del Ocaso, una reliquia creada en tiempos antiguos para sellar un espíritu de sombra llamado Umbraal, cuya sola presencia podía desatar el caos. Kaervor comprendió que el equilibrio de Lumtharion era frágil y que las sombras contenían un poder que ningún ser humano debería manejar.


Cuando los gobernantes de Lumtharion ignoraron sus advertencias, Kaervor tomó el Fragmento del Ocaso y desapareció. Fue acusado de traición y proclamado enemigo del reino. Durante años, vivió en el exilio, vigilando la reliquia, consciente de que su poder podría tentar incluso al más puro de corazón.


Cuando Tharivol lo encontró en las ruinas de Morthindal, Kaervor vio en él una mezcla de esperanza y tragedia. El joven arquero era poderoso y noble, pero también vulnerable a las mismas sombras que habían atrapado a tantos antes que él. “No soy tu enemigo, Tharivol,” le dijo Kaervor durante su enfrentamiento final. “El Fragmento no debe ser destruido. Si lo haces, condenarás a todos.” Pero Tharivol, cegado por la misión y la necesidad de demostrar su valía, no escuchó. En un acto de desesperación, disparó su flecha más poderosa, rompiendo el artefacto y liberando a Umbraal.


La explosión de energía oscura marcó el inicio de la transformación de Tharivol. Al principio, creyó que había cumplido su misión: Kaervor estaba derrotado, y el Fragmento ya no era una amenaza. Pero las sombras comenzaron a seguirlo, susurrándole promesas y secretos. Su habilidad para moverse entre la penumbra se intensificó, hasta el punto de que podía sentir cada rincón oscuro del mundo, como si formara parte de él. Aunque intentó regresar a su vida normal, algo dentro de él estaba cambiando.


Cada vez que utilizaba sus poderes, las sombras exigían más. Su magia, antes equilibrada, comenzó a oscurecerse. Las flechas que disparaba ya no brillaban con luz purificadora, sino que drenaban la vida de sus objetivos. Los druidas de Umbryth intentaron intervenir, pero Tharivol, consumido por el poder, los rechazó. “¿Por qué temer a las sombras? Si yo puedo controlarlas, seré invencible.”


Sin embargo, no era él quien las controlaba. Umbraal, el espíritu liberado, había encontrado en Tharivol el huésped perfecto: alguien lo suficientemente fuerte para contenerlo, pero lo suficientemente vulnerable para corromperlo. Aunque al principio Umbraal se limitaba a susurrar, pronto comenzó a dominar sus acciones, guiándolo hacia una visión distorsionada de la justicia.


Kaervor, gravemente herido pero aún vivo, sabía que no podía enfrentarse a Tharivol directamente. En lugar de eso, buscó a los antiguos druidas, rogándoles que lo ayudaran a sellar nuevamente a Umbraal. “No puedo salvar a Tharivol, pero puedo detener a Umbraal.” Juntos, idearon un plan para convocar la esencia de Umbryth, el único poder capaz de contrarrestar la oscuridad.


Mientras tanto, Tharivol continuó su descenso. Su concepto de justicia se había transformado en un reinado de terror. Los que se oponían a él eran ejecutados sin piedad, y los pueblos comenzaron a temer al arquero que antes consideraban un héroe. En el fondo, Tharivol aún luchaba contra Umbraal, pero cada día que pasaba, su humanidad se desvanecía un poco más.


La batalla final tuvo lugar en el corazón del bosque de Umbryth, donde Kaervor y los druidas confrontaron a Tharivol. En un momento de lucidez, el arquero recordó las palabras de los druidas: “La sombra es un aliado, no un amo.” Con todas sus fuerzas, intentó recuperar el control, disparando una flecha hacia el cielo que iluminó el bosque con un destello de luz.


Por un instante, pareció que había triunfado. Pero Umbraal no se rendiría tan fácilmente. En un acto de desesperación, el espíritu comenzó a consumirlo por completo, fusionándose con él en un ser de pura oscuridad. Kaervor, utilizando las últimas fuerzas de Umbryth, logró sellar a Umbraal y a Tharivol dentro del árbol sagrado, sacrificando su propia vida en el proceso.


Décadas después, el bosque de Umbryth es considerado un lugar prohibido, pero algunos afirman que, en noches de luna llena, se puede escuchar el sonido de un arco tensándose, seguido de un susurro que dice: “Aún lucho.” Aunque sellado, una pequeña parte de Tharivol sigue resistiendo, buscando redención.


Un día, un joven aprendiz encuentra una flecha enterrada junto al árbol. Brilla con una luz tenue, como si el héroe que Tharivol una vez fue aún guardara la esperanza de ser liberado.


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