El Gato y el Espejo
Fredy llegó a mi vida en una tarde de lluvia torrencial, cuando los cielos se desgarraban y el sonido del agua golpeando las ventanas llenaba mi pequeño apartamento. Al abrir la puerta, lo vi: un gato negro de ojos amarillos tan intensos que parecían perforar la penumbra. Estaba empapado y temblando, pero no intentó huir cuando me agaché para recogerlo. Al contrario, se quedó quieto, como si supiera que iba a quedarse conmigo.
Desde el principio, Fredy se comportó de manera extraña. No era un gato como los demás. Era tranquilo, casi demasiado, y a menudo se quedaba mirando fijamente a lugares vacíos, como si pudiera ver algo que yo no. Pero lo que realmente llamó mi atención fue su fijación con el espejo de mi dormitorio.
Era un espejo antiguo, de marco dorado y ornamentado, que había pertenecido a mi abuela. Ella siempre decía que ese espejo tenía “un carácter especial” y que debía tratarlo con respeto. En ese entonces, pensaba que eran las palabras de una anciana excéntrica, pero ahora no estaba tan seguro. Fredy parecía hipnotizado por el espejo. Pasaba horas frente a él, sentado inmóvil, mirando su reflejo como si estuviera buscando algo. A veces, incluso parecía maullar en dirección al cristal, pero el sonido era bajo, casi un susurro.
Una noche, a las 3:33 de la madrugada, me despertó un ruido extraño. Era un zumbido suave, acompañado por el inconfundible sonido de garras raspando vidrio. Encendí la lámpara de la mesilla de noche y vi a Fredy frente al espejo, rascándolo con una intensidad casi desesperada. Sus ojos reflejaban la tenue luz de la habitación, y juraría que el vidrio parecía vibrar bajo sus patas. Me levanté, sintiendo un escalofrío recorrer mi columna, y caminé hacia él.
—Fredy, ¿qué haces? —pregunté, pero mi voz sonó apagada, como si el aire en la habitación se hubiera vuelto más denso.
El gato se detuvo y giró la cabeza hacia mí, sus ojos brillando como brasas. Fue entonces cuando lo vi: mi propio reflejo, parado detrás de Fredy, sonriendo de una manera que yo no estaba. Mi corazón dio un vuelco, y retrocedí instintivamente. Parpadeé y el reflejo volvió a ser normal. Fredy maulló, un sonido grave que resonó en mi pecho, y volvió su atención al espejo.
A partir de esa noche, las cosas comenzaron a volverse más extrañas. Fredy seguía pasando largas horas frente al espejo, y yo comencé a tener sueños perturbadores. Soñaba con una versión distorsionada de mi apartamento, donde las paredes se alargaban y los objetos flotaban en el aire. En esos sueños, siempre había un espejo en el centro de todo, y mi reflejo me observaba con una expresión que no era mía. Siempre despertaba exactamente a las 3:33 de la madrugada, con el eco de mis propios gritos resonando en mis oídos.
Intenté ignorar todo, pensando que tal vez estaba estresado o que mi imaginación me estaba jugando una mala pasada. Pero una noche, decidí hacer algo al respecto. Subí el espejo al desván, decidido a alejarlo de Fredy y de mí. Él no lo tomó bien. Gruñó y maulló de una manera que nunca antes había escuchado, arañando la puerta del desván durante horas. Finalmente, se calmó, y pensé que el problema había terminado. Me equivoqué.
Esa noche, me desperté de nuevo a las 3:33, sintiendo un frío insoportable. La habitación estaba oscura, pero podía ver una tenue luz proveniente del pasillo. Me levanté, temblando, y seguí la luz hasta el desván. La puerta estaba entreabierta, y dentro vi el espejo. Había regresado a su lugar original, como si nunca lo hubiera movido. Fredy estaba sentado frente a él, pero esta vez no estaba solo. Había algo más en el reflejo.
Era una figura oscura, indistinta, que parecía estar detrás de Fredy, aunque no había nadie en la habitación. Me quedé paralizado, incapaz de apartar la vista. La figura extendió una mano hacia el cristal, y por un instante pensé que iba a atravesarlo. Fredy maulló y se interpuso entre mí y el espejo, sus garras arañando el suelo con fuerza. La figura desapareció, y todo volvió a la normalidad, o al menos eso pensé.
A partir de esa noche, mi vida empezó a desmoronarse. Comencé a sentir que me observaban constantemente, incluso cuando estaba solo. Las luces de mi apartamento parpadeaban sin razón aparente, y los objetos parecían cambiar de lugar cuando no estaba mirando. Fredy se volvió más protector, siguiéndome a todas partes y durmiendo a los pies de mi cama como si estuviera vigilándome. Pero su fijación con el espejo nunca disminuyó.
Decidí investigar su origen, buscando respuestas en las viejas pertenencias de mi abuela. Encontré un diario donde hablaba sobre el espejo y sobre cómo lo había adquirido en un mercado extraño durante un viaje a Europa del Este. Según sus palabras, el espejo era “una ventana” hacia otro mundo, un lugar donde los reflejos vivían vidas propias. Ella advertía que nunca debía mirarlo demasiado tiempo, y que bajo ninguna circunstancia debía tocar el cristal si veía algo inusual.
Esa advertencia me heló la sangre. ¿Y si los sueños, los susurros y las figuras eran más que simples alucinaciones? Decidí deshacerme del espejo de una vez por todas. Esa noche, a las 3:33, lo bajé del desván y lo llevé al sótano. Allí, lo cubrí con una sábana y lo aseguré con cadenas, decidido a evitar que volviera a atormentarme.
Pero el espejo tenía otros planes.
Me desperté al día siguiente con una sensación extraña. Todo parecía... diferente. Mi reflejo en el baño me resultaba extraño, aunque no podía decir por qué. Fredy me miraba desde la puerta, con los ojos llenos de una mezcla de preocupación y algo más. Intenté ignorarlo y seguir con mi día, pero las cosas no dejaban de sentirse fuera de lugar.
Esa noche, volví a despertarme a las 3:33. El frío era insoportable, y el aire estaba cargado de un zumbido bajo que parecía provenir de todas partes. Bajé al sótano, guiado por una fuerza que no podía resistir. La sábana había desaparecido, y el espejo brillaba con una luz tenue y pulsante. Fredy estaba allí, sentado frente a él, mirándome con una intensidad que nunca antes había visto.
—¿Qué quieres de mí? —grité, pero mi voz sonó extraña, como si no fuera mía.
El reflejo en el espejo cambió. Ya no era mi sótano lo que veía, sino una versión oscura y distorsionada de mi casa. Mi reflejo estaba allí, pero no se movía como yo. Extendió una mano hacia el cristal, y antes de que pudiera reaccionar, sentí un tirón en mi pecho. El mundo se desvaneció, y todo se volvió negro.
Cuando desperté, estaba de vuelta en mi habitación. Todo parecía normal, pero algo no estaba bien. Fredy me miraba desde el pie de la cama, con una expresión que nunca había visto antes. Intenté hablarle, pero se limitó a observarme en silencio. Me levanté y fui al espejo del baño. Mi reflejo estaba allí, pero algo era diferente. Sus ojos eran demasiado brillantes, su sonrisa demasiado amplia.
Intenté convencerme de que todo estaba bien, pero en el fondo sabía la verdad. Ya no estaba seguro de si el hombre que miraba desde el otro lado del espejo era realmente yo, o si era la sombra que había cruzado al otro lado. Fredy seguía vigilándome, como si supiera algo que yo no. Cada noche, a las 3:33, me despierto con el sonido de sus garras contra el vidrio, y me pregunto si algún día el espejo volverá a reclamarme.
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