Ceniza y Humo – Un Héroe, Tres Destinos, Un Solo Final
La espada emitía un resplandor dorado, su filo vibraba con una energía antigua, cargada de incontables historias. Frente a él, el enemigo—o al menos, lo que le habían enseñado a llamar así—no mostraba resistencia. No había batalla. No había épica. Solo un vacío abismal, la revelación de una verdad prohibida.
Yared había sido criado para este momento, preparado desde su infancia por la Orden de la Espada Sagrada. Desde niño, le inculcaron que su propósito era llegar hasta este altar y cumplir con la profecía.
Durante siglos, los elegidos como él habían caminado este mismo sendero, empuñado la Espada de la Salvación y sellado la oscuridad con su sacrificio. Las leyendas hablaban de su valentía, de cómo habían salvado el mundo antes de desvanecerse sin dejar rastro. Las estatuas en el templo los mostraban con expresión serena, inmortalizados en piedra con la espada en alto, rodeados por los símbolos de la victoria. Pero ahora que estaba aquí, nada se sentía como una victoria.
Porque el enemigo no intentaba luchar.
El supuesto señor de la oscuridad estaba de rodillas, con la mirada vacía clavada en el suelo. Era un hombre, igual que él. No tenía la piel de obsidiana ni los ojos de fuego que los relatos mencionaban. No era una bestia ni una aberración. Solo un hombre, vestido con ropajes desgastados por el tiempo, su cuerpo cubierto de cicatrices antiguas.
—¿Cuántos más? —susurró el hombre, con una voz quebrada por los años.
Yared no respondió. Sus dedos apretaban la empuñadura de la espada, pero por primera vez en su vida, la seguridad que le habían inculcado comenzaba a resquebrajarse.
Algo estaba mal.
Miró a su alrededor. El altar no era el trono de un tirano. Era una tumba. Sobre las columnas, los nombres de los anteriores héroes estaban grabados en una lengua olvidada, desgastados por el paso de los siglos. Uno tras otro. Una lista interminable de mártires que habían pisado este mismo lugar, con la misma convicción… solo para desaparecer.
El hombre levantó la cabeza y sus ojos cansados se encontraron con los suyos.
—Te lo enseñaron todo… menos la verdad.
La voz resonó en el silencio del templo como un trueno ahogado.
Yared sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Durante toda su vida, la profecía había sido clara: él era el héroe, el salvador, el elegido que debía terminar con la oscuridad. Pero en ese instante, con la mano temblorosa sobre la empuñadura de la espada, se dio cuenta de algo:
Las profecías no hablaban de la salvación del mundo. Hablaban del ciclo eterno del sacrificio.
Un ciclo del que nunca nadie había escapado. Un ciclo que la Orden había mantenido con devoción, generación tras generación.
Y ahora, le tocaba elegir:
¿Sería otro nombre más en la lista de los que desaparecieron?
¿Rompería el sello y desataría lo que la espada contenía?
¿O haría lo impensable y se convertiría en la nueva leyenda, el nuevo enemigo que otros vendrían a enfrentar?
Las historias nunca hablaban de aquellos que se negaban a jugar el papel que les había sido asignado.
Tal vez era hora de escribir una nueva.
La Decisión Que Nunca Fue Suya
Le habían dado a elegir. Le dijeron que era su destino.
Pero no importaba cuál fuera su elección, porque todo estaba escrito mucho antes de que él naciera. Si Yared se sacrificaba, el ciclo continuaría.
Podía seguir el camino de todos los héroes anteriores. Empuñar la espada, sellar el mal y convertirse en un mito. Su nombre sería grabado en las ruinas del templo, otro mártir en la historia de la Orden. Los ancianos cantarían su gloria, los bardos escribirían canciones en su honor. Y el mundo seguiría adelante, sin saber que su supuesto salvador solo había sido otra pieza en un tablero más grande.
El mundo seguiría igual, esperando al próximo héroe para repetir la misma mentira. Si Yared rompía la espada, solo traería el caos.
Podía desafiar su destino, rechazar la mentira y destruir el sello. Pero al hacerlo, la energía atrapada dentro de la espada se liberaría en el mundo, desgarrando todo a su paso. La oscuridad no tenía un único rostro, ni un solo enemigo. Sin la espada, el equilibrio que la Orden había mantenido por siglos se rompería. La guerra sería inevitable. No habría héroes, no habría villanos. Solo ruinas, ceniza y humo.
El mundo no sería libre, solo quedaría en llamas.
Si Yared tomaba el poder, se convertiría en el nuevo enemigo.
Podía absorber la esencia de la espada y reclamar su fuerza. No habría sacrificio, no habría guerra. La historia de la Orden llegaría a su fin… pero el mundo necesitaría un nuevo monstruo. Porque los humanos no saben vivir sin un enemigo al que temer. Sin una sombra contra la cual luchar.
Alguien más tendría que derrotarlo. Yared entendió todo demasiado tarde. No había elección real. Cualquier camino que tomara lo llevaría a ser consumido por el destino.
Ceniza y Humo – Un Final, Tres Caminos, Un Mismo Destino
Cuando la espada descendió, el ciclo se cerró.
Pero no terminó. Nunca terminaba.
La historia se reescribió con el mismo final. Los nombres cambiaron, los rostros se desvanecieron con el tiempo, pero el relato siguió intacto. En los salones de la Orden, los ancianos narraron la gesta de Yared con solemnidad, ocultando lo que realmente sucedió en aquel altar. Contaron su valentía, su sacrificio, su inevitable destino como el salvador que el mundo necesitaba.
En el templo, la espada regresó a su pedestal. El polvo se asentó sobre las ruinas como lo había hecho innumerables veces antes. El enemigo fue olvidado. La profecía volvió a susurrarse en las sombras de la civilización.
Años después, otro niño fue elegido.
Otro joven creció creyendo en la promesa de la Orden.
Otro guerrero llegó al altar con la misma espada en sus manos.
Y volvió a hacer la elección que nunca fue suya.
Una vez más, el ciclo se cumplió.
Una vez más, el destino se impuso.
Una vez más, la historia enterró la verdad bajo capas de mitos y mentiras.
La historia no cambia. Solo cambia su narrador.
¿Se Puede Romper El Ciclo?
La profecía no se equivoca. No necesita corregirse, porque nunca ha sido realmente un error. Su propósito no es salvar el mundo, sino mantenerlo girando sobre los mismos engranajes. No hay finales, solo repeticiones. No hay victoria, solo versiones de la misma derrota.
Pero… ¿y si un día alguien cuestionara todo antes de llegar al altar?
¿Y si un elegido decidiera no empuñar la espada, sino abandonarla?
¿Y si el verdadero héroe no fuera el que se sacrificara, sino el que rompiera la rueda?
🔥 ¿Crees que alguien podrá escapar de este destino?
¿O la fantasía épica solo es una ilusión donde el héroe nunca gana?
✍️ Déjamelo en los comentarios.
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