Ver en la oscuridad Cápitulo 7
A la mañana siguiente, emprendimos la marcha en silencio. El aire era fresco y la bruma del bosque nos envolvía como un manto. Tras una hora de caminata, llegamos a un claro donde Lira sacó lo que parecía un cuerno de toro y lo hizo sonar con un potente bramido que resonó entre los árboles. Luego se giró hacia nosotros y, sin dar más explicaciones, se sentó en una roca cercana y comenzó a repartir fruta.
Val, curioso como siempre, no tardó en preguntar:
—¿Qué hacemos aquí?
Lira, sin levantar la vista, respondió con calma:
—Esperamos nuestro transporte.
Pasó una hora. Mientras desayunábamos, recuperando algo de energía, un sonido proveniente del cielo rompió la quietud del bosque. Miramos hacia arriba, y allí, surcando las nubes, vimos algo que solo había leído en libros: un Neftalí. La criatura majestuosa descendió lentamente, emitiendo un sonido melódico que estremecía el aire a su alrededor.
El Neftalí tenía el cuerpo de un lagarto, pero sus alas eran como las de una mariposa, llenas de colores vivos que reflejaban la luz del sol en destellos deslumbrantes. Sus patas traseras, robustas y felinas, contrastaban con sus garras delanteras, similares a las de un ave, diseñadas para atrapar presas. Su cola, larga y cubierta de púas, se movía con la precisión de un látigo. Sus ojos, grandes y brillantes, parecían amigables, aunque escondían una inteligencia que no dejaba lugar para la confianza.
—¿Cómo estás, Zuku? —dijo Lira mientras rascaba el morro de la criatura con naturalidad.
Zuku soltó un bufido que podría interpretarse como una risa.
—Tranquilo, son amigos. No van a hacerte daño. Y si lo intentan… bueno, puedes comértelos.
El Neftalí pareció esbozar una sonrisa, y yo no podía evitar preguntarme cuántos secretos más guardaba Lira. ¿Cuánto tiempo llevaba conociendo a estas criaturas? ¿Cuántos más habría por la zona?
—Necesito un favor, amigo —continuó Lira—. Ese viejo herido necesita llegar al monte Vístala. Si nos ayudas, podríamos llegar hoy. Pero no podremos hacerlo sin ti ni tu manada. ¿Qué dices?
Zuku refunfuñó como si estuviera considerando la petición, pero al final alzó su cabeza hacia el cielo y lanzó un grito atronador. Las ondas sonoras eran visibles en el aire, una manifestación de su poder. Segundos después, un eco respondió a lo lejos, y pronto distinguimos cuatro figuras acercándose a toda velocidad. Los Neftalí que llegaron eran aún más impresionantes de lo que los libros describían. Sus alas destellaban como si cada aleteo encendiera un fogonazo, y su velocidad era tal que en menos de un minuto estaban en el claro.
La más pequeña de las criaturas, de color rosado, se acercó a Salomón y comenzó a olfatearlo con curiosidad. Con un resoplido, despeinó la melena de mi compañero, quien intentó agarrarla, pero la criatura escapó con un salto, revoloteando con alegría antes de volver para seguir molestándolo. La escena arrancó risas incluso de Val, quien parecía menos asustado tras haber visto que no éramos un almuerzo para las criaturas.
Sin embargo, la calma se rompió cuando Zuku se levantó y comenzó a caminar hacia mí. Los otros Neftalí, que hasta entonces jugueteaban, se quedaron inmóviles, observando cada movimiento del alfa. Zuku olfateó el aire, y de repente, sus púas se erizaron. Empezó a agitar su cola, generando un sonido amenazante al hacer chocar las púas entre sí. La tensión en el claro era palpable.
De pronto, la maldición en mi hombro pareció reaccionar. Una punzada aguda recorrió mi cuerpo, y caí al suelo con un grito desgarrador. Zuku se giró hacia Lira y, con una voz grave que nos dejó a todos atónitos, dijo:
—Magia oscura de Turfla. Tu amigo debe morir.
Lira lo miró incrédula.
—¡¿Qué demonios?! ¿Desde cuándo puedes hablar? ¿Y por qué no lo dijiste antes?
Zuku soltó un bufido, como si aquello fuera obvio.
—Solo yo puedo hacerlo. Los demás son demasiado jóvenes. No quería asustarte.
—¿Asustarme? ¡No sé si me asusta más que hables o que te guste soltar revelaciones de esta forma! —gruñó Lira.
Antes de que Zuku pudiera responder, Val intervino, adelantándose con valentía:
—Disculpe, señor Neftalí, pero Jaro puede ser curado. Si llegamos al monte Vístala, el último mago blanco puede extraer la hoja maldita.
Zuku giró sus ojos penetrantes hacia Val, quien, pese a temblar, continuó hablando:
—Sé que es cierto porque he soñado con esto desde el día que fui salvado del triunvirato de las brujas. Por algún motivo, estoy conectado con el mago blanco y con este viaje. Necesito respuestas, y Jaro debe sobrevivir.
El Neftalí permaneció inmóvil por un largo momento, sus ojos evaluando a Val. Finalmente, Zuku dio un paso atrás y dijo con solemnidad:
—Que así sea. Pero si falla, ninguno de ustedes saldrá con vida.
Lira, visiblemente más relajada, comenzó a organizar la partida.
—Prepárense, chicos. Montar un Neftalí no es tarea fácil. Es como montar un caballo, pero con alas. No se suelten, pase lo que pase.
Mientras las criaturas se posicionaban, Zuku se acercó a mí.
—Tú viajarás conmigo. Estás débil.
Aunque no lo admitiera en voz alta, me sentí aliviado. Con su ayuda, tal vez, solo tal vez, llegaríamos a Vístala a tiempo.
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