El Secreto de los Perea: La confitería mágica que esconde un poder ancestral



En Jerez de la Frontera, entre calles que hablaban de historia y plazas llenas de vida, se encontraba la Confitería Perea, un pequeño establecimiento en la calle Levante que parecía resistir al tiempo. Su fachada era discreta, con un rótulo que apenas destacaba entre las casas de azulejos y balcones de hierro. Sin embargo, el aroma que emanaba de su interior, una mezcla de azúcar, naranja y miel, atraía a cualquiera que pasara cerca.

La confitería había sido fundada décadas atrás por Joaquina Rosado, una repostera cuya habilidad era tan legendaria como su carácter amable. Joaquina había dejado la tienda en manos de sus nietos, Miguel y Lucía Perea, quienes ahora se encargaban de continuar el negocio. A pesar de su juventud, los hermanos eran conocidos no solo por sus habilidades en la repostería, sino también por su discreción. Y es que, según contaban los rumores, en la confitería se escondía algo más que recetas tradicionales.

Una tarde de otoño, cuando el sol comenzaba a caer y las luces de las calles empedradas se encendían, Miguel terminaba de colocar una nueva bandeja de dulces en el escaparate mientras Lucía revisaba las cuentas en la trastienda. La campanilla de la puerta sonó, anunciando la entrada de un cliente. Miguel levantó la mirada y encontró a un hombre alto, vestido con un abrigo oscuro y un sombrero que ocultaba parcialmente su rostro. Sus botas dejaban huellas de agua en el suelo de madera, a pesar de que fuera no llovía.

—Buenas tardes —saludó Miguel, intentando ocultar su incomodidad ante la presencia del hombre—. ¿En qué puedo ayudarle?

El extraño no respondió de inmediato. Se acercó al mostrador con pasos lentos, observando los dulces con una atención que parecía desmedida.

—Dicen que aquí se venden los mejores dulces de Jerez —dijo finalmente, con una voz grave que parecía llenar todo el espacio.

—Eso intentamos —respondió Miguel con una sonrisa nerviosa—. ¿Le apetece probar algo?

—Busco algo especial —dijo el hombre, y su mirada se fijó en Miguel con una intensidad que lo hizo retroceder ligeramente—. Un dulce que devuelva la esperanza.

El corazón de Miguel se aceleró. Aquellas palabras no eran las de un cliente cualquiera. Fingiendo calma, respondió:

—Todos nuestros dulces son especiales, pero no sé si tenemos algo como lo que busca.

El hombre esbozó una sonrisa que no llegó a sus ojos. Se inclinó ligeramente sobre el mostrador, acercándose a Miguel.

—No me tomes por tonto, muchacho. Sé lo que escondéis aquí. No vine por casualidad. Quiero el libro.

Miguel sintió que el suelo se tambaleaba bajo sus pies. Había oído historias sobre personas que buscaban Dulces Alquimias, el libro de recetas que su abuela había encontrado en un mercado en Cádiz. El libro, lleno de fórmulas mágicas, era el corazón de la confitería y el motivo de su éxito. Pero también era un secreto celosamente guardado por la familia.

Intentando mantener la compostura, Miguel respondió:

—No sé de qué libro habla. Solo somos una confitería. ¿Está seguro de que no se confunde de lugar?

El hombre golpeó el mostrador con fuerza, haciendo que algunos caramelos cayeran al suelo.

—No juegues conmigo. No tienes idea de lo que está en tus manos. Ese libro contiene recetas que jamás debieron ser utilizadas por mortales. Si no me lo das, no tendré más remedio que tomarlo por la fuerza.

Antes de que Miguel pudiera responder, la puerta que conectaba con la trastienda se abrió, y Lucía apareció con un frasco en las manos. Había escuchado suficiente para entender lo que ocurría.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, mirando al hombre con desconfianza.

El extraño se giró hacia ella, y por un momento su expresión se suavizó, como si reconociera algo en Lucía.

—Eres igual a ella —dijo, con un tono que parecía mezcla de nostalgia y resentimiento—. Igual que Joaquina.

Lucía no dejó que el comentario la desarmara. Con una firmeza que sorprendió incluso a Miguel, respondió:

—No sé quién es usted ni qué quiere, pero le aseguro que si sigue amenazándonos, lo lamentará.

El hombre rió entre dientes.

—¿De verdad crees que puedes detenerme? No tienes idea del poder que se esconde en ese libro. Ni tú ni tu hermano sois dignos de él.

Sin dar tiempo a que los hermanos reaccionaran, el hombre extendió una mano y un viento oscuro llenó la confitería. Las vitrinas temblaron, y los dulces comenzaron a levitar, girando en el aire como si estuvieran atrapados en un torbellino invisible. Miguel y Lucía se miraron, sabiendo que no podían enfrentarse a aquel hombre con fuerza bruta. Pero tenían algo mejor: las recetas de Joaquina.

Miguel corrió hacia la trastienda, donde se encontraban los dulces más especiales, mientras Lucía intentaba distraer al intruso. Abrió un cajón y sacó una bandeja de caramelos brillantes como pequeñas estrellas. Eran una de las creaciones más poderosas de Joaquina, diseñados para liberar una energía que podía neutralizar cualquier amenaza.

Regresó al mostrador y lanzó un puñado de caramelos hacia el hombre. Al chocar con el suelo, estallaron en destellos de luz que iluminaron toda la tienda. El extraño gritó, cubriéndose los ojos, y el torbellino de viento desapareció.

—Esto no ha terminado —dijo el hombre, con los ojos brillando de furia—. Volveré, y cuando lo haga, no estaréis preparados.

Antes de que los hermanos pudieran detenerlo, el hombre salió de la confitería y desapareció en las sombras de la calle.

Durante los días siguientes, Miguel y Lucía reforzaron las protecciones mágicas de la tienda. También comenzaron a estudiar el libro con más detenimiento, descubriendo recetas que Joaquina nunca había utilizado. Entre ellas, encontraron una página escrita con tinta dorada que contenía una advertencia: "La magia no es para quien la desea, sino para quien la necesita".

Decidieron crear un dulce especial para proteger el libro y la confitería. Trabajaron durante semanas, utilizando ingredientes que nunca antes habían combinado. Finalmente, dieron con la fórmula perfecta: un bombón negro con un núcleo dorado que, al ser consumido, conectaba a quien lo probaba con sus deseos más profundos. Solo alguien con un corazón puro podría superar la experiencia.

El día en que probaron el dulce, algo cambió. Miguel y Lucía sintieron que la confitería estaba más viva que nunca, como si el alma de Joaquina estuviera presente. Y aunque sabían que el hombre del sombrero podía regresar en cualquier momento, también sabían que estaban preparados para enfrentarlo.

La confitería Perea continuó siendo un lugar especial en Jerez, no solo por la calidad de sus dulces, sino por la magia que se respiraba en cada rincón. Y aunque pocos conocían el verdadero secreto de los Perea, aquellos que probaban sus creaciones sabían que algo en ellos había cambiado para siempre.


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Comentarios

  1. Me ha encantado, sobre todo por ver los nombres de mi abuela, mi padre y mi hermano. Gracias Jaro

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    1. De nada, es un placer para mí saber que te gusta lo que escribo. Seguiré así, intentando mejorar siempre. ¡Gracias a ti por tu apoyo y por valorar mi trabajo!

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    2. Mi estimado lector me agrada comentar ques estoy expandiendo el universo de los perea, un saludo y feliz día de anadalucia. Si le gusta lo que esceijo ouede susceibirse al blog y compartir con familia y amigos.

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  2. Muy buena historia, vivan los perea y su magia

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    1. Muchas Gracias, seguire trabajando para hacer más y mejor.

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